A todos nos suenan esos mantras cuyo origen se pierde en los años. Afirmaciones que relacionan el reducido número de bicis en nuestras ciudades con la falta de carriles bicis que nos aíslen del supuesto peligro mortal de pedalear a través de las mismas.
¿Quién no ha escuchado alguna vez eso de “carril bici ya”?
Un discurso que durante años ha parecido ser la barrera que separaba nuestras ciudades de las idílicas urbes del norte de Europa que siempre se nos han puesto como ejemplo de movilidad limpia y sostenible a golpe de pedal.
La experiencia y el paso de los años a muchos nos han abierto los ojos hacia una opción diferente. La de romper con los tabús y los miedos que nos han impuesto y comprobar que en ciudad la bicicleta puede ser un vehículo más. Una visión alternativa que en ciudades como Madrid ha creado un enconado debate entre los que creen en la integración de la bici en el tráfico y aquellos que mantienen el dogma de que es necesaria una infraestructura exclusiva para las bicis para hacer que la gente se anime a optar por este medio de transporte.
Quienes defienden esta última opción a menudo señalan como ejemplos a seguir las infraestructuras creadas en ciudades como Copenhague, Amsterdam y, ya dentro de nuestro país, Valencia, Barcelona o Sevilla. Como cualquier juicio conviene ofrecerlo desde el conocimiento no dudé aprovechar un fin de semana que acudí a Sevilla para llevar la bici que habitualmente empleo en mis desplazamientos urbanos y descubrir de primera mano cómo era eso de moverse pedaleando por la capital hispalense.
Llego a la ciudad, último fin de semana de febrero pero con un tiempo primaveral que anima a estar en la calle a lo que se suman los 14.000 participantes en la Maratón de Sevilla, entre los que me encuentro, y acompañantes. Aparco en las proximidades del parque de María Luisa, cerca de la salida de la prueba y, a partir de ahí, todos mis desplazamientos los haré en bici. El plan para el sábado es acudir a recoger el dorsal a la feria del corredor situada en el Palacio de Congresos, prácticamente en la otra punta de la ciudad, pero a apenas 7 kilómetros de donde me encuentro y luego echar la jornada haciendo un poco de turismo. Allá vamos.
Obligatorios
Lo primero que llama la atención al comenzar a pedalear es que no hay otra alternativa que utilizar los carriles bici presentes en la mayoría de calles de la ciudad. Todos ellos se encuentran señalizados con la placa r407a que obliga a la bici a circular por ellos aunque, por otra parte, también implica que se trata de una vía exclusiva para las bicicletas lo que, veremos, no se cumple. La disposición de la mayoría de los carriles, en realidad habría que llamarlos aceras-bici, es a nivel de la acera con más o menos separación de la zona destinada a los peatones, una anchura aproximada de un metro y doble sentido de circulación. Hasta aquí todo perfecto ya que donde arrancamos es una ancha avenida con tres carriles de circulación por sentido e intenso tráfico, vamos, que nuevamente en el reparto de espacio la bici y el peatón se llevan la peor parte.
Las intersecciones se multiplican
Pronto descubrimos el primer inconveniente de rodar por estas vías: las intersecciones se multiplican. Lo que cuando ruedas por la calzada es un rodar continuo, sólo interrumpido por los semáforos, por el carril supone una interrupción en cada calle lateral donde entramos en interacción con los peatones cuyos pasos en esos puntos son adyacentes al espacio destinado a la bici. Parar, pie a tierra, volver a arrancar se convierte en una constante que alarga el tiempo de cualquier desplazamiento.
Nos aproximamos al centro histórico, que ahora a la ida rodearé para llegar rápido al Palacio de Congresos y dejar resuelto lo primero el tema del dorsal. Sin embargo, en esta zona las calles se estrechan y los carriles y aceras también. Por un lado, cuando nos cruzamos con otra bici, los manillares pasan a escasos centímetros uno de otro y, por otro, hace que tengamos que estar muy pendientes de los peatones que por una u otra razón utilizan la plataforma. Va en contra de la exclusividad teórica de estos carriles, pero cuando has usurpado la acera reduciendo su espacio a la mínima expresión tampoco puedes esperar otra cosa.
Por lo general, hay que agradecer el detalle de una pequeña banda que separa la zona ciclable del carril con los coches aparcados para evitar las puertas que se abren sorpresivamente, aunque en algunas calles, por limitaciones de espacio, esta protección no existe y quedamos expuestos ante ese riesgo lo que hace que haya que extremar las precauciones. Como extremo de esa ocupación de la acera por parte del carril bici están las zonas por donde directamente no existe sitio físico para hacerlo y donde la solución elegida es que sea un sitio compartido trazándose la ruta que ha de seguir la bici con unas pequeñas chapas en el suelo.
Según voy avanzando hacia mi destino, voy encontrando nuevas pegas
Al menos lo son para mí, acostumbrado a pedalear por la calzada sin tener que andar bregando con multitud de obstáculos en lo que parece más una yincana que una herramienta para facilitar el uso de la bicicleta. Porque tan pronto te ves obligado a ir por un lado de la calle que el trazado te obliga a cruzar y a ir por el otro, por supuesto, teniendo que echar pie a tierra, esperar tu semáforo, cruzar, encontrarte otro semáforo ya que estos cambios suelen ubicarse cerca de intersecciones, es decir, cualquier cosa menos fluidez.
Una cosa tan sencilla de hacer cuando vas por la calzada como girar a la derecha en una calle, aquí te lleva unos minutos si es el caso de que vas por un carril en el lado izquierdo y la continuación por la calle que quieres tomar también se haya en ese mismo lado. Otro de los males típicos de estas vías es su trazado. Encontrar codos de 90º imposibles de trazar dada la estrechez y un trazado serpenteante es una constante.
Otra de las cosas que más me llamó la atención fueron las constantes chicanes para sortear las paradas de autobús, zonas además en las que el peligro de atropello a un peatón se incrementan notablemente ya que en muchos lugares vienen acompañadas por marquesinas que impiden ver a las personas que cruzan desde o hacia la parada.
Rodar más fluido fuera del centro histórico
Abandonada esta zona que circunvala el centro histórico alcanzo un tramo de grandes avenidas donde el rodar es más fluido al reducirse las intersecciones pero aún así me sigo encontrando con los problemas que señalaba antes a lo que hay que añadir los cruces de calle sin semáforo en los que, a pesar de que la teoría nos concede la prioridad de cruce, la práctica nos hace descubrir rápido que no es así y que si los atravesamos con esta creencia llevamos muchas papeletas para acabar sobre el capó de un coche.
Alcanzo mi destino en el palacio de congresos. Miro el reloj y veo que han pasado 40 minutos para hacer apenas 7 kilómetros en una ciudad plana como la palma de la mano. Como referencia señalar que los 12,5 km que tengo a diario desde casa al trabajo los realizo en 30 minutos, teniendo que subir un par de cuestas interesantes. Por cierto, en lo que sí hay que felicitar a la infraestructura de Sevilla es en el tema de los aparcabicis. Hay muchos, por todas partes. De los de tipo U invertida que permiten anclar con total seguridad la bici sin dañarla.
A la calzada
En el trayecto de vuelta decido probar qué tal resulta ir por el asfalto al estilo Madrid pese a que, como he señalado más arriba, la presencia de señales r407a en todos los carriles convierte esta forma de pedalear en una actividad vedada. Me llama la atención la percepción de que, aún estando en las afueras y siendo sábado por la mañana, hay mucho tráfico. Rodar por Avda. Kansas City se me asemeja a hacerlo un día de diario por el tramo de Avda. de los Poblados. Salvo un par de pitadas y algún adelantamiento con menos distancia de la que me gustaría he de decir que tampoco tengo demasiados problemas aunque en los semáforos sí percibo que se me quedan mirando como un bicho raro.
Curioso que prácticamente todos los semáforos cuentan con línea de detención adelantada aunque, al contrario de lo que ocurre en la capital madrileña, aquí están claramente delimitadas con la palabra “MOTOS” ocupando todo el ancho. No tiento a la suerte y evito filtrarme hasta ellas en las paradas. Así retorno con rapidez al centro. Esta vez me adentro en las callejuelas de su zona histórica. Aquí, por motivos obvios, desaparecen los carriles y la circulación pasa a ser compartida. En la mayor parte de los casos, se trata de calles estrechas y de un único sentido. Hay muchos peatones al tratarse de una soleada mañana de sábado y con el extra de los maratonianos que se suman a las hordas de turistas habituales.
Aquí el pedaleo es tranquilo, no queda otra ya que los muchos coches que se adentran en estas callejuelas, mucho VTC como delatan las matriculas azules, no pueden desenvolverse con soltura. Recurriendo al símil madrileño sería como pedalear por el barrio de las Letras o por las calles de Malasaña.
Hay que destacar que, en muchos lugares de esta zona histórica, las calles son peatonales. En algún caso encontramos claramente limitada la circulación de bicis para proteger al peatón, en otros, como en la zona de la catedral se da la curiosa situación en la que ciclistas, tranvía y peatones han de compartir la misma plataforma de forma bastante caótica. Por supuesto, a pesar de las señales, pocos son los que las hacen caso.
Paso un buen rato arriba y abajo por estas calles antes de escapar de la zona y dirigirme hacia la orilla del Guadalquivir, otro tramo en el que vuelven las reminiscencias madrileñas y que rápido asimilo a nuestro Madrid Río. Zona de carril más o menos continuo que sólo se interrumpe por los puentes pero, al igual que ocurre en el Manzanares, la cantidad de gente que camina por sus orillas disfrutando de unas horas de asueto hacen poco recomendable ir en bici salvo para otra cosa que no sea pasear.
¿Utopía?
Comenzaba este texto señalando como a menudo se nos pone Sevilla como ejemplo de ciudad moderna y de movilidad sostenible. A ver, no vamos a negarlo, hay muchas bicis, pero en ningún momento vi las hordas de ciclistas que nos quieren vender cuando nos ponen esas imágenes de Londres o Amsterdan y sus carriles atestados, ni mucho menos. Está claro que mi visita fue en fin de semana y desconozco cómo será el día a día, pero lo que sí vi, y ahí sí que me sorprendió que fuera sábado, fueron muchos coches. Tanto en la vía de circunvalación SE-30 como en el mismo centro de la ciudad y las avenidas adyacentes como la que recorre la orilla del río o las calles del barrio de Triana, un barrio más popular y residencial que sería el equivalente madrileño a pedalear por las calles de Carabanchel.
Y es la historia de siempre. A menudo sólo nos fijamos en las bicis, queremos ver bicis por todos los lados y se olvida que hacer unas ciudades más humanas no es eso sino que haya menos coches. Está claro que en Sevilla no ocurre eso por muchos carriles que tengan. Carriles que, pese a lo que nos quieran vender, complican hasta el infinito el uso de la bici como medio de transporte eficiente. Recalco esto último ya que si te lleva mucho más tiempo y esfuerzo hacer un trayecto en bici de lo que te llevaría realizarlo en coche difícilmente vas a renunciar al vehículo motorizado. En mi caso, ya he indicado que tardo 30 minutos en mi trayecto diario al trabajo. En moto son 25 sin contar lo que tardo en ir al garaje donde la guardo. En coche son 35 con el limitante de que en donde se encuentra la oficina es zona de estacionamiento regulado, o eso, o aparcar a más de 500 m. Por tanto me compensa con creces el pedaleo.
Sinceramente, yo no quiero el modelo de Sevilla para mi ciudad. Quiero que me siga compensando ir en bici, quiero poder ir de A hasta B, sin importar donde están A y B. Quiero una ciudad con menos coches y no una ciudad en la que el ciclista y el peatón sean meros invitados a los que se les dan las migajas del espacio.
Sergio Palomar (@serpal)
Responsable de pruebas en @Ciclismoafondo_, Director de @Bicisport_ y colaborador de Madrid Ciclista