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La autonomía se define como la facultad de obrar según el criterio propio, con independencia de la opinión o el deseo de otros. Desde que nacemos comenzamos siendo dependientes en todas las facetas de la vida y conforme crecemos obtenemos herramientas para ser cada vez más autónomos. Esto aplica tanto a nivel de desarrollo motor como a la hora de adquirir habilidades y destrezas cognitivas.

Este texto es un relato en primera persona en base a mi experiencia a la hora de desarrollarme y desplazarme en el entorno urbano, desde la infancia hasta el día de hoy.

Caminar por la ciudad

Desde bien pequeña mis padres confiaron en mí, dándome cierta libertad en los desplazamientos por la ciudad. A finales de los 90 en el área metropolitana norte madrileña, con 10-11 años, era capaz de ir al colegio por mi cuenta. Se encontraba a unos 15 minutos a pie, en un barrio del extremo del municipio en aquel entonces. Todo ello, claro está, tras repetirme hasta la extenuación una serie de precauciones y recomendaciones. Sospecho que las primeras veces también bajo la atenta mirada de mi madre unos metros más atrás, aunque este dato no ha sido contrastado.

Autonomía y criterio propio

Foto: @madcyclecuqui

Descubrir el transporte público

Pronto empecé a utilizar también transporte público por mi cuenta, tendría 12 ó 13. Ocurrió una vez más de forma progresiva, tras haberlo hecho muchas veces en otras ocasiones y habiéndome familiarizado con la mecánica del mismo. Las recomendaciones, a qué detalles había que ponerles atención, las buenas costumbres para utilizarlo: todo ello era repetido de nuevo hasta la saciedad. Hasta que llegaba el día de hacerlo sin supervisión y en seguida la mayor dificultad era no pasarme de parada por ir leyendo.

Empecé por el autobús urbano y al poco tiempo también viajaba en “Cercanías” para llegar hasta Madrid. Mi radio de acción comenzaba a aumentar. En ese momento no era consciente de la importancia de esos hitos en mi desarrollo personal. Sin embargo, ahora sé que me aportó pronto una independencia que muchas de mis compañeras no tenían, siempre sin decisión en sus desplazamientos en la parte trasera del coche familiar.

Barreras sociales

Podríais pensar que tuve la suerte de vivir una época dorada, que aún no había tantos coches y los peligros de la delincuencia habían descendido. Que fueron unos años en los que los niños estaban seguros en las calles. En realidad no es así, sino más bien una cuestión de percepción. Porque pocos años más tarde, o incluso al mismo tiempo, empecé a encontrar barreras para seguir desarrollando esta autonomía.

Mientras que para desplazamientos cotidianos no había ningún problema, cuando era de noche y especialmente si mis padres desconocían exactamente qué iba a hacer, empezaban los mensajes del miedo. No siempre explícitos: no poder salir hasta tarde (aunque mi grupo hubiese quedado a las 20h tenía que estar en casa a las 22h, a los 14-15 años); volver a casa acompañada por algún amigo o llamar por teléfono si me retrasaba. Hasta el punto de que el día que mi móvil (uno de esos con antena) se quedó sin batería y llegué a casa media hora tarde, la bronca fue monumental.

Entiendo a mis padres, lo que yo pedía según iba creciendo empezó a escapar de la zona en la que se sentían cómodos. No obstante, para mí era muy contradictorio en relación a todo lo que me habían enseñado hasta el momento en cuanto a moverme por la ciudad. Hubiera preferido, como hasta entonces, que me hubieran pedido precaución al mismo tiempo que me daban herramientas. Que no me hubiesen cortado las alas, dependiente siempre de una tercera persona o un teléfono.

Autonomía y criterio propio

Foto: @madcyclecuqui

Aparece el miedo

Empecé a tener miedo a caminar de noche por la calle. Mucho. Un miedo que me atenazaba ante la posibilidad de tener que hacerlo sola. Me resultaba frustrante. No conseguí quitármelo de encima hasta los 19 años. No fue un trayecto especialmente largo, unos 20-25 minutos. Recuerdo cómo me palpitaba el corazón, lo amenazador que me resultaba todo alrededor, el subidón al llegar al piso de mi novio de entonces.

Hoy ya no me ocurre. Voy atenta, eso siempre. Conozco los riesgos y los asumo, con responsabilidad. Me puede pasar algo, pero es poco probable y es mucho peor perder mi independencia. Poco a poco, fui normalizando la experiencia y rara vez me he vuelto a sentir tan en peligro. Cuando ha pasado, las posibles amenazas estaban delante de mí, no era solamente el miedo a que algo improbable ocurriese.

Volvía a tener la posibilidad de disfrutar de la ciudad. No es que no hubiera ampliado las distancias, en ese momento ya iba a la universidad y mi radio de acción en Madrid había aumentado, pero siempre desde el miedo y la incapacidad de hacerlo sola en cuanto se hacía de noche.

Desempolvar la bici

Unos años más tarde, llegó la bicicleta. Sobre los 22. Fue un poco de casualidad. Siempre he sido una persona muy activa y me pareció una forma interesante para desplazarme hasta el trabajo. Me ofrecieron una de esas que suelen estar en los trasteros cogiendo polvo, una bicicleta de montaña de Decathlon y pensé que por qué no.

Ahora el mensaje del miedo emanaba de otras fuentes, incluso podía sentirlo a nivel social. Comentarios explícitos e implícitos se sucedían en mi entorno: es muy peligroso, estás loca, la ciudad no es para la bici, etc. Circulaba insegura en muchas ocasiones, simplemente por intentar buscar itinerarios lejos de los coches o por estrechos carriles exclusivos para bicicletas. Ir pegada a la derecha, invadir una acera o cruzar montada un paso de peatones, todo valía en la creencia de que así disminuía los riesgos. Ilusa de mí.

Autonomía y criterio propio

Foto: @madcyclecuqui

Más contradicciones y dudas

También recurrí a internet, por supuesto. Allí encontré otros mensajes que me ayudaron a mejorar mi forma de circular, como por ejemplo que había que hacerlo por el centro del carril. Lo puse en práctica pero al mismo tiempo recibía señales contradictorias otra vez: los coches me pitaban, gente sin experiencia opinaba que era una locura. Incluso una de las primeras veces, subiendo yo la calle Segovia, un ciclista me increpó mientras bajaba: “¡Pero ve por la derecha!”. ¿Cómo podía otro ciclista estar equivocado?

Las dudas y la frustración volvieron a aparecer. Evitaba las calles de varios carriles y buscaba vías segregadas, lo que se traducía en intrincados caminos difíciles de seguir cuando quería ir a sitios distintos a los habituales. La Castellana me parecía misión imposible y mi trayecto de 10 km al trabajo pasaba por varios caminos de piedras sueltas más peligrosos que compartir la calzada, aunque entonces no me diera cuenta.

No podía ser tan difícil

Esta vez, el miedo no llegó a atenazarme por completo, pero sí tuve que trabajar para derribar algunas barreras. Fui abriendo poco a poco los ojos, encontré personas que me explicaron los principios del tráfico y me dieron herramientas de nuevo. De repente las rotondas no eran tan amenazadoras, aprendí a predecir el comportamiento del resto de vehículos y descubrí que el Paseo de la Castellana no solo era factible, sino que era disfrutable.

Podía moverme en bicicleta por toda la ciudad, de una forma más segura y sin apenas limitaciones en mis rutas (desgraciadamente las grandes infraestructuras para el coche siguen generando barreras para las bicis y lo que es peor, para los peatones). En un proceso de aprendizaje similar al que había seguido en mis hitos de movilidad infantiles, la bicicleta se convirtió en una opción de pleno derecho para cualquier desplazamiento.

Ojo, no digo que todo sea de color de rosa. La ciudad no es siempre amable y como he mencionado más arriba, en cualquier actividad de la vida hay riesgos. Ahora bien: no es tan peligroso como dice la prensa ni como cree tu vecino del quinto. Hay que conocer esos riesgos, para poder asumirlos y actuar ante ellos desde la responsabilidad. Para disminuirlos en la medida de lo posible y hacerlo aún más seguro de lo que ya es.

Un nuevo hito

A día de hoy sé que puedo desplazarme 15km para ir a trabajar si es necesario o volver a casa de noche sin tener que depender del transporte público. Lucho para que esas ideas negativas preconcebidas no sigan transmitiéndose como verdades absolutas, sino que trato de informar para que cada persona pueda sacar sus propias conclusiones. Para que tengan más herramientas y puedan decidir según su propio criterio.

A menudo me desplazo en bicicleta y promuevo un tipo de ciclismo urbano responsable, integrado en el tráfico de la ciudad. Porque si hubiese escuchado solamente a aquellos que me decían que era imposible, hubiese perdido una nueva ocasión para seguir desarrollándome y para seguir rompiendo límites. De aumentar una vez más mi rango de acción en la ciudad y sus alrededores.

 

Foto: Henar Salas

 
Amalia (@edredondeikea) es asociada de Madrid Ciclista desde 2016. Ha participado y organizado multitud de iniciativas para fomentar el uso de la bicicleta y disminuir sus riesgos.

La más destacable es el Taller «Mujeres en Bici, Mujeres sin Límite», un taller de ciclismo urbano dirigido a mujeres.

Cree firmemente que la inversión en educación y formación es la solución para que la cultura ciclista se instale de forma segura en nuestras ciudades.